El frío te hace visible.
El calor invisible.
Así te reconozco,
unas veces gota
y otras no.
miércoles, 22 de abril de 2009
lunes, 6 de abril de 2009
LA MASCOTA
Etiquetas:
Relatos
Sólo porque alguien
no te ame como tú quieres,
no significa que no te ame
con todo su ser.
Gabriel García Márquez
Era febrero. Hacía frío. Seis meses tardaron los brazos enormes de su padre en rodearla, con un abrazo inagotable. La ternura de los besos de su madre le abanicaban el corazón y las lametadas de Felipesegundo le sabían a una melancólica ternura mezclada con una ligera aspereza. No avisó de su llegada. Nadie sabía cuando iba a volver de Nantes. El perro era el único que lo intuía. En eso le ganaba a la madre de Rebeca. Hacía días que estaba intranquilo. Su pereza se volvió altiva y cascarrabias —algo inusual en Felipesegundo—. Le gustaban mucho los dulces y las galletas. No los comía desde que sospechaba que su ama volvía.
La llegada de Rebeca suponía para Felipesegundo una alegría. Nadie lo sacaba a pasear. Sólo Rebeca le hacía caso. Era ella la que lo sacaba a pasear; la que jugaba con él, la que lo cogía en brazos, a pesar de su gran peso. Desde que ella se fue sólo conocía el jardín de la casa, su caseta y la verja de madera que los separaba. Soñaba con aquellos paseos y revolcones.
La licenciatura de Rebeca era un orgullo para Tomás y Teresa. Sabían el esfuerzo que le había supuesto. Vivían a las afueras de la ciudad. Los ocho kilómetros que separaban de la urbanización se hacían algunas veces interminables tanto para unos como para otros. Con tal motivo decidieron regalarle a su hija una moto. Estaba rebosante y alegre.
—Al fin libre. Sin depender de nadie, —dijo Rebeca.
—Bueno hasta un cierto punto, —le contestó su madre con satisfacción y ternura—. Tomás sonreía orgulloso pero con una cierta pena. Su hija se había hecho mayor.
Rebeca se quedó pensativa. Su madre le preguntó: “¿Pasa algo?”. No contestó. A continuación dijo: “Totefe. Eso le llamaré Totefe”. Su madre no entendió nada. Miró a Tomás haciendo un gesto de asombro. Él le contestó con una subida y bajada de hombros. Teresa dijo: “Tú y tu manía de ponerle nombre a las cosas...”
Rebeca disfrutaba de su moto. Felipesegundo salía con Rebeca, pero en alguna ocasión, en vez de pasear, corría detrás de la moto y se cansaba enseguida. Ya no disfrutaba como antes de llegar la moto. Estaba triste. Además, Rebeca debía volver a Nantes por unos días.
¡Tú!, ¿qué has venido hacer aquí? ¿Por qué has venido a interrumpir mis paseos y mis revolcones? No estoy dispuesto a compartir nada contigo. ¡Qué mierda de moto! No va a quedar nada de ti. Aunque te hayan tapado no te va salvar nadie. ¡Que sabor más asqueroso tiene esta funda! Casi me aplasta este bicho. Con mis dientes te rasgo la montura para que no quede nada de ti. Por el amor que me has robado. Y este espejo te lo rompo y astillo, porque no estoy dispuesto a compartir nada contigo. Mi dueña me pertenece a mí. No a ti. Ese timbre que llevas ya no sonará porque te lo pisoteo como tú lo has hecho con mis revolcones y mis caricias. ¡Cuántas me has robado desde que llegaste!
“Totefe” había sido maltratada: ¡estaba en el suelo! Felipesegundo se había orinado en ella. La caseta del perro y la moto estaban juntas. Rebeca encontró rastros del desastre que había hecho. Las miradas de los dos se entrecruzaron. Rebeca se cruzó de brazos al mismo tiempo que con la planta del pie izquierdo zapateaba en el suelo haciendo un ruido que él entendió. Bajó las cejas al mismo tiempo que posaba su cabeza sobre las patas delanteras y meneaba, tímidamente, el rabo. “Y ahora ¿qué hacemos?—dijo ella indignada—. ¿Por qué lo has hecho? ¿Te parece bonito? ¡Esto no se hace! ¡No! —le volvió a recriminar al mismo tiempo que le amenazaba con el dedo índice”.
Rebeca —en un instante— se preguntaba por qué lo habría hecho. Cambió su tono de voz y le dijo: “No te tienes que preocupar por la moto, porque ella, no puede sustituir las lametadas tuyas. Ni tampoco me puede dar los revolcones que me doy contigo en el jardín. La moto es una cosa y tú eres mi perro al que quiero como si fueras mi hijo”.
Como si entendiera lo que le estaba diciendo Felipesegundo se lanzó sobre Rebeca y ésta le abrazó.
Se fueron juntos a llevar a “Totefe” al taller.
no te ame como tú quieres,
no significa que no te ame
con todo su ser.
Gabriel García Márquez
Era febrero. Hacía frío. Seis meses tardaron los brazos enormes de su padre en rodearla, con un abrazo inagotable. La ternura de los besos de su madre le abanicaban el corazón y las lametadas de Felipesegundo le sabían a una melancólica ternura mezclada con una ligera aspereza. No avisó de su llegada. Nadie sabía cuando iba a volver de Nantes. El perro era el único que lo intuía. En eso le ganaba a la madre de Rebeca. Hacía días que estaba intranquilo. Su pereza se volvió altiva y cascarrabias —algo inusual en Felipesegundo—. Le gustaban mucho los dulces y las galletas. No los comía desde que sospechaba que su ama volvía.
La llegada de Rebeca suponía para Felipesegundo una alegría. Nadie lo sacaba a pasear. Sólo Rebeca le hacía caso. Era ella la que lo sacaba a pasear; la que jugaba con él, la que lo cogía en brazos, a pesar de su gran peso. Desde que ella se fue sólo conocía el jardín de la casa, su caseta y la verja de madera que los separaba. Soñaba con aquellos paseos y revolcones.
La licenciatura de Rebeca era un orgullo para Tomás y Teresa. Sabían el esfuerzo que le había supuesto. Vivían a las afueras de la ciudad. Los ocho kilómetros que separaban de la urbanización se hacían algunas veces interminables tanto para unos como para otros. Con tal motivo decidieron regalarle a su hija una moto. Estaba rebosante y alegre.
—Al fin libre. Sin depender de nadie, —dijo Rebeca.
—Bueno hasta un cierto punto, —le contestó su madre con satisfacción y ternura—. Tomás sonreía orgulloso pero con una cierta pena. Su hija se había hecho mayor.
Rebeca se quedó pensativa. Su madre le preguntó: “¿Pasa algo?”. No contestó. A continuación dijo: “Totefe. Eso le llamaré Totefe”. Su madre no entendió nada. Miró a Tomás haciendo un gesto de asombro. Él le contestó con una subida y bajada de hombros. Teresa dijo: “Tú y tu manía de ponerle nombre a las cosas...”
Rebeca disfrutaba de su moto. Felipesegundo salía con Rebeca, pero en alguna ocasión, en vez de pasear, corría detrás de la moto y se cansaba enseguida. Ya no disfrutaba como antes de llegar la moto. Estaba triste. Además, Rebeca debía volver a Nantes por unos días.
¡Tú!, ¿qué has venido hacer aquí? ¿Por qué has venido a interrumpir mis paseos y mis revolcones? No estoy dispuesto a compartir nada contigo. ¡Qué mierda de moto! No va a quedar nada de ti. Aunque te hayan tapado no te va salvar nadie. ¡Que sabor más asqueroso tiene esta funda! Casi me aplasta este bicho. Con mis dientes te rasgo la montura para que no quede nada de ti. Por el amor que me has robado. Y este espejo te lo rompo y astillo, porque no estoy dispuesto a compartir nada contigo. Mi dueña me pertenece a mí. No a ti. Ese timbre que llevas ya no sonará porque te lo pisoteo como tú lo has hecho con mis revolcones y mis caricias. ¡Cuántas me has robado desde que llegaste!
“Totefe” había sido maltratada: ¡estaba en el suelo! Felipesegundo se había orinado en ella. La caseta del perro y la moto estaban juntas. Rebeca encontró rastros del desastre que había hecho. Las miradas de los dos se entrecruzaron. Rebeca se cruzó de brazos al mismo tiempo que con la planta del pie izquierdo zapateaba en el suelo haciendo un ruido que él entendió. Bajó las cejas al mismo tiempo que posaba su cabeza sobre las patas delanteras y meneaba, tímidamente, el rabo. “Y ahora ¿qué hacemos?—dijo ella indignada—. ¿Por qué lo has hecho? ¿Te parece bonito? ¡Esto no se hace! ¡No! —le volvió a recriminar al mismo tiempo que le amenazaba con el dedo índice”.
Rebeca —en un instante— se preguntaba por qué lo habría hecho. Cambió su tono de voz y le dijo: “No te tienes que preocupar por la moto, porque ella, no puede sustituir las lametadas tuyas. Ni tampoco me puede dar los revolcones que me doy contigo en el jardín. La moto es una cosa y tú eres mi perro al que quiero como si fueras mi hijo”.
Como si entendiera lo que le estaba diciendo Felipesegundo se lanzó sobre Rebeca y ésta le abrazó.
Se fueron juntos a llevar a “Totefe” al taller.
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