Artículo de Iñaki Calvo
Esta es una de las frases típicas que se escuchan en entierros y funerales: estamos aquí de prestado. Todos lo hemos escuchado y muchos lo hemos dicho. Y es que todos sabemos que la vida acaba con un punto final, ¿verdad? Ars longa, vita brevis.
¿Pero vivimos de manera consecuente con esta certeza? ¿De verdad vives como si fueras a morir mañana? A mí me gustaría decir que sí, pero no te voy a mentir. Estoy lejos de poder decir que aprovecho cada instante al máximo; y creo que no soy el único.
A veces me engancho a una serie en Netflix y me trago una temporada entera en un par de semanas; o me paso cuarenta minutos seguidos viendo tuits que no me aportan nada o leyendo sin mucho interés las noticias de actualidad. Estas son solo algunas de mis maneras habituales de malgastar mi tiempo.
Por eso te traigo un modelo mucho mejor que el mío: el de Epicteto, un filósofo estoico nacido alrededor del año 85 en lo que ahora es Turquía.
Epicteto, como buen estoico, era muy consciente del carácter efímero de las cosas y la vida. Según su filosofía, debemos aceptar que estamos aquí solo de paso y que lo que decimos poseer no es más que un préstamo:
No digas nunca respecto de una cosa: «La perdí», sino «La devolví». ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? Ha sido devuelta. ¿Han expoliado tus campos? También eso ha sido devuelto. «¡Pero el que me los ha arrebatado es un bellaco!». ¿Y a ti qué te importa a través de quién te lo reclaman quienes te lo dieron? Durante el tiempo que te son dados, ocúpate de tus bienes como si fueran de otro, como hacen los viajeros en la posada.
Esto no es autoayuda barata de suplemento dominical. Es filosofía estoica en estado puro. Es una lección de no apego digna del mismísimo Buda.
Epicteto nos pone ante el espejo de la muerte y nos hace ver su reflejo aterrador con la imagen de la pérdida de nuestros seres más queridos.
¿Han muerto la mujer o los hijos de otro? Todos decimos: «Así es la vida para los seres humanos». Mientras que cuando uno pierde a su propio hijo, de inmediato viene aquello de: «¡Ay, qué desgracia la mía!». Sin embargo, en esos momentos deberíamos recordar lo que sentimos cuando escuchamos a los demás hablando de las mismas cosas.
Duele hasta el tuétano solo de pensarlo, pero tarde o temprano todos perderemos a alguien a quien amamos. Y, por supuesto, también estamos condenados a perder cosas de gran valor para nosotros. Así son las cosas y debemos aceptarlo y armonizarnos con este hecho si aspiramos a ser felices.
Por eso debemos recordar cada bendito día que no viviremos para siempre y que las personas a quienes amamos no siempre estarán a nuestro lado:
Ten presente cada día la muerte, el exilio y todo aquello que parece temible, pero sobre todo la muerte. De este modo no habrá mezquindad en tus pensamientos ni en tus deseos.
Tal vez si recordamos esto, le dediquemos más tiempo a nuestra pareja, a nuestros hijos, a nuestros verdaderos amigos y a nosotros mismos. Quizás así dejemos de perseguir placeres efímeros para, en su lugar, concentrarnos en lo que importa.
Animado por esta lectura he borrado las aplicaciones de Twitter y Pinterest de mi móvil y, en toda la semana, no le he dedicado más de veinte minutos a leer el periódico. En su lugar, he leído una veintena de artículos de mi lista de Pocket, textos que realmente me interesaban. He escrito este artículo que estás leyendo y he esbozado otros dos. Y he pasado muy buenos momentos en familia.
Cuando uno recuerda que su tiempo es finito y se obliga a sí mismo a pensar en lo que realmente importa, es mucho más fácil llevar una vida más auténtica y plena. Así que, de vez en cuando, regálate lecturas como las que nos brinda Epictecto. Te ayudarán a reencontrar tu camino.
Para terminar, quiero darles las gracias a los editores de Errata Naturae por haber publicado Manual para la vida feliz, un libro delicioso del que he sacado las citas de este artículo. Si tienes el más mínimo interés por la filosofía, cómpratelo ya, es uno de esos libros para leer, anotar y releer hasta desgastarle las páginas. Sabiduría condensada con dos mil años de garantía.
Fotografía de Dimitris Kamaras (CC).