Era un acto religioso. Todas las tardes cuando el reloj del salón anunciaba con su toque las cinco campanadas, en la mesa camilla que estaba junto a la ventana, el té humeante embadurnaba el ambiente de aquel lugar que olía a una agradable insinuación al cotilleo. Por la ventana él veía a la dulce dependienta abrir la tienda de lencería. Y soñaba cada tarde con invitarla a tomar el té, pero algo se lo impedía.
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