Experiencia de una monja novicia
“Cada instante de la vida es una elección”
Mi cuerpo envejece por fuera, mientras la vida me recorre por dentro. Cuando dejo de buscar fuera lo que solo está vivo dentro, es cuando conecto con la inmensa generosidad con que se da la vida en cada momento. Cuando me abro a vivirla, a experimentarla, a sentirla con total intensidad, cuando atravieso los límites del yo egoico y me sumerjo en lo más profundo del instante, es cuando percibo que la alcanzo y me disuelvo en su origen, que nace en el mismo latido del corazón.
Siento que la vida es para vivirla, para amarla desde adentro, desde lo más profundo, desde lo que verdaderamente importa, el amor. Es como deslizarse por un tobogán que te lleva hacia el centro neurálgico de la propia existencia, mientras atraviesas paisajes, diferentes niveles de conciencia que se despliegan en cada pensamiento, en cada sentimiento, en cada emoción provocada por el gozo o el dolor.
Miro hacia donde miro, la vida está siempre en su máximo apogeo si la observo desde dentro. Hasta en la misma compostera, del Monasterio Zen donde vivo, estalla la vida en continuo movimiento, en ese darse a sí misma, en esa transmutación alquímica que se produce cuando los restos de alimentos se pueblan de gusanos, moscas, cucarachas, tijeretas, escarabajos, ciempiés. Toda una fauna orgánica que luego abonará y enriquecerá con sus nutrientes la tierra, en la que crecerán las frutas y verduras que llevaremos a nuestra mesa y que a su vez nutrirán nuestro organismo de manera indispensable para mantenerlo vivo.
Mi cuerpo envejece por fuera, mientras la vida me seduce por dentro. El crepitar de la lluvia fina que cae estos días en el Monasterio Luz Serena, alimentando el bosque de pinos verdes y plantas silvestres. El frescor en el aire, la humedad de la tierra, los aromas, los olores, el color de la vida desplegándose en la mañana. Todo se percibe con mayor intensidad y gratitud desde la mirada interna de las cosas. A mayor interiorización, mayor plenitud con el que se vive el momento.
Sentir el silencio de la vida en la meditación (Zazen) de la mañana o de la tarde. Experimentar el gozo o la tristeza de estar viva y entregarse con el cuerpo, con el alma, al fluir de la existencia, al movimiento que emerge en cada situación en el día a día, en cada relación que nos devuelve como en un espejo nuestra propia realidad del presente.
Amar la vida significa poner el corazón en cada acto, en cada tarea, en cada momento que se va dando desnudo de ego y de juicio hacia uno mismo y hacia los demás. Y es entonces cuando la vida se abre y me devuelve con creces todo su amor.
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