lunes, 18 de mayo de 2009

UNA VUELTA DE BOLEO

Perdido. Así estaba entre los expedientes que se me amontonaban. Ella surgía entre todo aquel barrizal de papel. Y cavilaba con lo que había ocurrido ayer cuando me acerqué a la plaza de la República a dar un paseo. Todavía me hallaba abstraído. Me encontré a la última persona que deseaba ver. La vez anterior que nos vimos fue en el tanatorio, cuando murió su madre ¿Quién podía imaginar que estaría allí, en medio de la fiesta del Tango? Era Lucía, mi ex mujer: nos separamos amistosamente. No nos tiramos los trastos, pero cuando la vi, dudé. Estaba confundido. Sopese, como en una balanza, lo que había estado mascullando, la indecisión estaba presente en mi vida. Soy una persona cambiante sin un rumbo fijo. Siempre dudando... pero ¿hasta cuándo?
Ella estaba sola. Se giró sobre sí como si aquella acción estuviera prevista; sin dudarlo, se dirigió hacia mí con gran decisión. El sol de abril ya empezaba a calentar la primavera. El verano parecía que se había adelantado. Yo la vi venir. Me asombré. Estaba clavado al suelo sin moverme. Ella caminaba hacia mí. Fue entonces, y sólo entre aquel jaleo, cuando sonó la música. El silencio se hizo sepulcral. La gente estaba embelesada viendo a aquellas parejas. Había de todas las edades. Se puso a mi altura y con su mirada me volvió a cautivar. Nos miramos y entre la algarabía vimos, los dos, como bailaban los demás. Ella zapateaba con los pies. La música cesa y se para. Sonreímos y aplaudimos a los bailadores. Entre los aplausos le grité: «¿qué haces aquí?». No me respondió. ¿Me oyó? Estaba como pez en el agua. La música volvió a sonar. Al unísono entramos en aquella especie de pista. Una vez allí, en una vuelta de boleo, miró hacia arriba y me susurró al oído «¡Diego, estamos solos en la pista!». Pero yo era feliz porque volví a bailar aquel tango con Lucía.

miércoles, 6 de mayo de 2009

HUELLA

(Al maestro Dokushô)

Llegaste ligero
y te posaste,
sin ruido,
en mis aguas tranquilas.

Tu vuelo rasante,
las removió.
Comenzaron a moverse,
a formar minúsculas olas,
que entretejían resplandores.

Al final tus alas
tocaron mis aguas
y sentí ser.
Y te posaste en mí.
Y sentí tu hotsu
en mi espalda.

Era la señal.
La huella en mi corazón