lunes, 28 de marzo de 2011

DUDA


Camaleón... Dormitorio... Las dos expresiones se le amontonaban y las intentaba unir sin ningún éxito. Le daba vueltas y vueltas, de un lado para otro. Las historias se le depositaban como una piña de ideas y de cosas apelotonadas. Los adjetivos se le escapaban y los verbos no se manifestaban. La hoja en blanco amenazaba..., y cumplió su chantaje. Nada puso en aquel papel. Solo repetía las dos palabras. Una y otra vez. Las escribía de derecha a izquierda; de arriba abajo; de abajo arriba; ladeadas. Pero nada. Ninguna idea le surgía.
Cuando entró en el dormitorio Eloy —desesperado— se quedo desalentado fantaseando con un camaleón en su dormitorio. Encima de su cama veía al lagarto. Estaba ensimismado imaginando cualquier historia que le pudiera convencer. Nada le venía. Retumbado en el sofá de la alcoba estaba extasiado razonando como caminaba el camaleón lentamente, pero no tenía ningún sentido para él. No encajaba en ninguna trama.
Escuchaba a “Mano lenta”. Le fascinaba su manera de tocar la guitarra. Era como un camaleón. La tocaba dejando que cada nota sonara de una forma nítida y clara moviendo lentamente sus dedos: como un camaleón. El dormitorio era de colores. Su mutación continua daba a la habitación una atmósfera cálida. El molinillo de colores no cesaba. Eso le satisfacía, porque elevaba una canción al movimiento. No le gustaba la quietud. En situaciones concretas saboreaba quedarse en tinieblas para desarrollar su percepción auditiva, aunque esto —pensaba—: «es una jeremiada». La guitarra de Eric Clapton seguía sonando en una dulce maravilla de contradicciones. Como la vida del guitarrista.
Elisa entró en el dormitorio. Vio encima de la cama a aquel camaleón. Giró la cabeza hacia la ventana y el terrario estaba vacío. Con una exacerbación incontrolada le gritó: «¡Qué hace ese bicho asqueroso encima de la colcha de la abuela!». Eloy no le respondió.