miércoles, 11 de marzo de 2009

LA SEÑAL DE LA TENSIÓN (Cara y cruz)

Jan empujó el plato hacia el centro de la mesa y con la boca medio llena murmuró un sonido imperceptible. Se levantó. Tiró la servilleta sobre la mesa manchándola al caer encima de la comida. Salió de la cocina. Dio un portazo y se encerró en la habitación.

Era un jueves de noviembre. Los noventa habían pasado y ya los dos mil estaban haciendo sus jugarretas. Julia había decidido no ir a clase de Historia de Aragón que organizaba una entidad financiera para las mujeres de sus empleados. Allí se juntaban las señoronas, venidas a menos, que paseaban sus menopausias y sus alhajas de una forma más cultural; para unas era una excusa; otras, se escabullían de su hábitat familiar y, así disfrutar de un día libre sin tener que aguantar a sus maridos en unos casos y, en otros, de la saturación de los nietos huérfanos de padres por horas. Iba pensando en sus mundos. Pensó en llamar a Lidia y no lo dudó, la llamó al móvil.
—Lidia, ¿a qué hora sales?
—En estos momentos estoy fichando —le contestó.
—Si quieres te voy a buscar y nos tomamos algo.
—¡Vente! —le dijo—. Te espero en la puerta de personal. Hazme una llamada perdida cuando este cerca. ¿Julia ocurre algo?
No la pudo escuchar. Había cortado ya la comunicación.
Julia y Lidia estuvieron una temporada sin verse. Se perdieron de vista. Lidia emigró y volvió. Allí estaba su amiga en los momentos difíciles de la vuelta. Alguna vez se lo recordaba: “Nunca te pude agradecer lo mucho que hiciste por mí cuando volví. Llegue tan desencantada...”
Cuando se vieron Lidia estaba inquieta porque Julia raro era que se saltara un día de clase, sobre todo de una asignatura que le gustaba mucho.
—¿Pasa algo, Julia? —le pregunto con cierta preocupación.
—No. Si te soy sincera no me apetecía ir a clase de Historia y decidí llamarte para hablar de nuestras cosas.
Hablaron de Jan, de las reformas de la casa, de la vuelta de Lidia de sus madres y de... Lidia había tenido una aventura que no salió bien. Lo dejó todo por él. El disgusto de su madre fue tremendo. No tanto el de su padre. La vida la abofeteó y no quería volver a poner la otra mejilla. Con una vez ya valía, —pensaba.
—Lidia, estás soñando despierta —dijo Julia—. ¿Qué es eso de que una vez ya vale?
—No nada. Pensaba en lo de Alberto. Fíjate que después de tantos años se rompió todo por la mierda del trabajo. No podía soportar que sus bichos fueran más importantes que yo.
Durante un rato se quedan calladas... Sin hablar. Era el silencio el que hablaba.
Bueno Julia, y ahora canta, le dijo Lidia exigiéndole una explicación jocosa a su pirola de clase de Historia.
Julia tragó saliva. Estaba muy nerviosa. Y con un alegría inusitada le dijo:
—Lidia estoy embarazada.
La expresión de su amiga se transformó en un beso sonoro y cadencioso.
—Cuenta tía, cuenta...
Julia tenía ganas de contárselo y comenzó sin ninguna duda ni tardanza.
Estaba en el baño de la oficina enfrente de mi misma. Allí sola me decía: “Julia será o no...” Al cabo de los minutos salió el resultado. Me miré al espejo. Me observé y los ojos empezaron a chispear y grité para mí: “¡Sí Jan ya es nuestro! Lo conseguimos”. Lloré. Me sentí mujer. Y recordé como lo habíamos tenido. Jan no tardó en saberlo: el tiempo que tardé en coger el teléfono.
Era agosto. Jan y yo fuimos al Pirineo. Queríamos que allí nuestras vidas se unieran de una forma singular y para siempre. Localizamos un refugio de montaña. El valle estaba hermoso. La sierra se veía verde. Un mar de inmensos colores bañaba las laderas, que a la vez inundaban nuestros ojos, y nos hacían vivir unas emociones que vibraban entre nosotros.
Cayó la noche. ¡Qué maravilla! Después de cenar estuvimos viendo aquella inmensidad de estrellas. Jan me enseñó las diferentes constelaciones.
—¡Mira!, aquella que parece un triángulo es Capricornio. La que esta a la derecha y que parece la corona de un rey es Sagitario, y esa otra que está al lado de capricornio es Acuario, y aquella... Estuvimos haciendo planes de nuestra vida. La noche era muy agradable. Hacía calor.
Nosotros sabíamos a lo que habíamos ido. No teníamos ninguna duda. El albergue estaba lleno y la noche nos acompañaba. Fuimos paseando por la llanura. Los dos buscábamos lo mismo: un lugar tranquilo para poder hacer el amor. Allí a dos mil quinientos metros de altura fuimos a concebir a nuestro hijo. Encontramos un lugar mullido. El invierno había sido lluvioso. Empezamos y seguimos. La noche nos llamaba a la gran aventura de la evolución. Me entregué a Jan. Yo lo sentí dentro de mí. Las pasiones que me produjeron aquella eyaculación, me hicieron presentir que algo dentro de mí había sucedido. Me llevó a una sensación de paz y de sensación que no pude describir. Sólo articulé dos palabras abrazando a Jan: “Te quiero.”
—Yo también, Julia, —me contestó entrecortándosele las palabras.
Durante un buen rato estuvimos los dos desnudos mirando al cielo. No nos dijimos palabra alguna. Lo que había entre nosotros nos unió. El baño de estrellas que nos rodeaba era una sensación de paz. Inolvidable.


Habían pasado dos meses desde que Gonzalo nació. Lidia era su madrina. Estaba loca y se había volcado con él: era su primer ahijado. Las visitas al pediatra eran frecuentes. Julia temía por su hijo. Al ser primeriza cualquier cosa que le pudiera pasar a su bebé no se lo podría perdonar. Jan estaba volcado en su trabajo. El ascenso, que coincidió con el nacimiento de su hijo, tuvo que sacrificar su estancia en casa. Viajaba mucho. Los ascensos se pagan con la ausencia del hogar —pensaba Julia—, mientras acariciaba a su hijo.

El fin de semana llegó. Julia lo esperaba. Jan había estado toda la semana fuera, en Estrasburgo, aunque habían hablado casi todos los días. Había un tema que quería hablarlo pero consideró que no era para hablarlo por teléfono.
—Mira Jan —le dijo con dulzura.
—¿Qué pasa Julia? —le contestó arrugando las cejas.
—En la visita al pedíatra me habló de éste pedagogo y me dio este folleto. Creo que es interesante...
Jan lo leyó detenidamente. El folleto decía: “TÚ ERES LA PIEZA CLAVE”. En el se manifestaba unos testimonios de unos padres que expresaban lo que sintieron. Pero hubo algo que le llamó la atención. Era una madre que abrazaba a su hijo y al pie de la foto decía:

"Los primeros meses, los más duros para la madre,
también lo son para el bebé.
La mejor estimulación es el contacto
físico: tocarlo, acariciarlo,
hablarle, darle suaves masajes con crema hidratante
después de su baño diario,
llevarlo desnudo bajo un blusón, en una pechera en contacto
con la piel desnuda de su madre...
Los terapeutas lo saben y aconsejan:
“Incluso si tienes ganas de llorar, llora con él en tus brazos”.

Después de leer esto tiró el folleto encima de la mesa. No quiso leer más. Jan miró a Julia fijamente a los ojos. Los suyos chispeaban, —apretando los labios y moviendo continuamente sus pestañas le dijo:
—Julia por mucho que me queráis convencer tú y esos médicos de mierda, mi hijo tiene el síndrome de Down. Dicho de otra forma. Nuestro hijo es subnormal.
—¡Jan!, —le gritó Julia—, pero tú te crees que esto es agradable para mí. Yo al menos lo intento aceptar como es... Asúmelo de una puta vez. Es tu hijo es nuestro hijo...
Jan se levantó de la mesa y se fue. Julia se quedó sollozando entre sus brazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sorprendente, me ha gustao tio.
norberto